Tal vez el impacto ambiental más inquietante de las computadoras, sin embargo, es la forma en que se desplazan a la realidad.
En lugar de lo infinitamente complejo y auténtico mundo de los animales, las plantas y los seres humanos, se nos presenta un mundo virtual enrarecido y simplificado que, por muy fascinante, es ilusoria. Nuestra fascinación por este mundo virtual surge principalmente del hecho de que, a diferencia del mundo real, es completamente hacia abajo a cada último bit y byte bajo control humano. Si conocemos los idiomas adecuados y podemos emitir los comandos correctos, tenemos más que el gran dominio de la que la humanidad siempre ha soñado total y absoluto control. Podemos llegar a ser como dioses.
Pero hay un precio. Nosotros pagamos por el control absoluto sobre el mundo virtual con la alienación del mundo real. Las horas y los días de estancia en el equipo son horas y días restados de nuestro real
las vidas de amor real y verdadera aventura, y también de la angustia real y el dolor real. No sólo son irreales; nuestras vidas de ordenador no son los que soñamos. Cuando pensamos en la vida que realmente queremos vivir cuando nos imaginamos a nuestros héroes, no nos imaginamos que pasan sus días sentado en la computadora.
Tampoco cuando venimos a morir habrá muchos de nosotros mirar hacia atrás y lamentar que no pasamos más de nuestro tiempo mirando a una pantalla de vídeo.
Nero tocó el violín mientras Roma ardía. Nos jugar con nuestros ordenadores.
(1)