Me encanta pasear por Beaubourg en un frío, la humedad, la noche en noviembre, al oler la quema de antorchas del fuego-comedor que se mezcla con el humo caliente dada por brasero del tostador de castañas, y dejo que tanto llenan mi cabeza. Un, fresco, brisa de niebla fría toca mis mejillas y mueve las hojas y basura alrededor de mis pies.
Todo alrededor de la plaza, las personas se apiñan en grupos o vagan solos como yo y todos los rostros se iluminan de manera diferente en el marco del influencia de las, llamas anaranjadas altos que disparan desde la boca del fuego devorador. Las llamas y las luces de la calle aterrizan en caras negras, rostros blancos, caras amarillas, todas pintadas de forma diferente, algunas hechas a mirar villano, algunas hechas a buscar enfermos, y algunos ir muy lejos de casa.
Y hay música.
Tambores africanos, zampoñas sudamericanos, músicos callejeros, todos ellos resultan canciones que han sido adaptadas para agradar el oído de Europa Occidental, todos con la esperanza de arrebatar una o dos euros de los profundos bolsillos y cálidos de los ricos que se mezclan entre la multitud, y usted no tiene que ser rico.
Habrá el sabor de la amenaza en el aire. El tragasables, el fuego devorador, el artista de artes marciales - cualquiera de ellos podría cometer un error fatal, pero no lo hacen.
Ahí está la señal de peligro de los grupos de bebedores, jóvenes y viejos, despeinados y bien cuidadas, y veo a mi espalda. Ahí está el sentido de la vida cotidiana, cuando una señora mayor con un enjuague azul recorre su caniche recubierto por la plaza, de puntillas alrededor de la amenaza, las llamas y la suciedad.
Y cuando se hace el deambular me encanta deslizan sin ser visto en el cine en el Centro Pompidou, para ver una película rusa sub-titulado y les salen unas horas más tarde en un estado de ánimo diferente cuando la gente ha cambiado y todo lo que queda son unos borrachos, las hojas y la basura que aún se arremolinan en la suave brisa, y el toque frío de la noche de niebla en la cara.